Tomás y Nicolás se conocieron en la iglesia. Eran dos jóvenes que compartían la misma fe y el mismo amor por Dios. Se hicieron amigos y pronto se dieron cuenta de que sentían algo más que amistad. Se enamoraron y decidieron vivir su relación en secreto, por miedo al rechazo de sus familias y su comunidad.

Un día, el padre de Tomás los descubrió besándose en el cuarto de Nicolás. Furioso, los golpeó y los echó de la casa. Les dijo que eran una abominación, que habían ofendido a Dios y que no quería volver a verlos nunca más.

Tomás y Nicolás se refugiaron en la casa de una amiga, que los apoyó y les ofreció su ayuda. Intentaron hablar con el pastor de la iglesia, pero él también los rechazó. Les dijo que su relación era un pecado, que debían arrepentirse y cambiar, que si no lo hacían, se condenarían al infierno.

Los muchachos se sintieron solos y confundidos. ¿Cómo podía ser que el amor que sentían fuera algo malo? ¿Cómo podía ser que Dios, que es amor, los odiara por amarse? ¿Cómo podía ser que la iglesia, que es su familia, los excluyera por ser quienes eran?

Buscando respuestas, encontraron una organización que les brindó apoyo y orientación. Era una organización cristiana que defendía los derechos de las personas LGBT+ y que afirmaba que Dios los amaba tal como eran. Les explicaron que la Biblia no condenaba el amor entre personas del mismo sexo, sino que había sido malinterpretada y usada para justificar la homofobia. Les mostraron que había muchas personas como ellos, que vivían su fe y su sexualidad con armonía y paz. Les invitaron a una iglesia inclusiva, donde fueron recibidos con abrazos y bendiciones.

Tomás y Nicolás se sintieron aliviados y felices. Se dieron cuenta de que no tenían que elegir entre su amor y su Dios, sino que podían tener ambos. Se dieron cuenta de que Dios los había creado a su imagen y semejanza, y que los amaba incondicionalmente. Se dieron cuenta de que la iglesia era más que un edificio o una institución, sino que era una comunidad de personas que se amaban y se respetaban.

Los novios se casaron en la iglesia inclusiva, rodeados de sus amigos y de algunos familiares que los habían aceptado. Celebraron su amor y su fe, y le dieron gracias a Dios por haberlos unido. Sabían que aún había mucho camino por recorrer, que aún había mucha gente que los rechazaba y los discriminaba, pero también sabían que tenían la fuerza y la esperanza para enfrentar los desafíos. Sabían que el amor de Dios era más grande que el odio de los hombres.